jueves, 12 de febrero de 2009

20 horas de trabajo

Hundida en mares
de papeles,
con la musa ahogada
entre puntos suspensivos.




jueves, 5 de febrero de 2009

Nocturno




El silencio de la noche perfora mis entrañas
Las sombras de tu aroma me acechan,
El calor de tus manos deja surcos en mi pecho
y d es O rDE nA mis sentidos.
Una gota de sudor se
d s i a
e l z
por
mi
e
s
p
a
l
d
a.

Descubro tu aliento en mi cuello…
Tu beso inconfundible…
entonces,
me rindo.



martes, 3 de febrero de 2009

Mutis





Tu silencio es golpe
que agrieta
mis cimientos.

lunes, 2 de febrero de 2009

Piva




En el mundo indígena, el día de la Candelaria marca el inicio de un proceso de purificación. Por eso no se me hace difícil relacionarla con el día de su nacimiento. El día de la Candelaria de 1920 nació mi abuela, Doña Esther Cordovés Medina. Mami Esther para los nietos como yo, Piva para mi abuelo. De entrada desde sus apellidos los ancestros árabes se le salían por las venas. Claramente, de algún lado tuve que sacar yo la fascinación por la España árabe y la cultura que mucha gente se empeña en degradar.


Mi abuela era una mujer menuda. No alcanzaba los cinco pies de estatura. Sin embargo, trajo dieciséis hijos al mundo. De ella aprendí a cocinar mirando, y nunca logré entender como repetía todos los días el milagro del pan y los peces en la cocina de mi casa. Tenía magia en los dedos, de cualquier cosa lograba alimentar a los hijos propios, los amigos de los hijos, los vecinos y todo al que apareciera por la casa a la hora de la comida o a la hora del café.


Después de ella, nadie más me ha vuelto a llamar Lorenza. De vez en cuando me sorprendía dándome a leer un libro que no tenía nada que ver con lo que yo pensaba de ella. De ella leí mi primer libro sobre viajes astrales, el hilo de plata, el tercer ojo y la reencarnación. Un día me dijo que siempre me encontraba tropiezos porque mi energía vibraba demasiado y había gente a mi alrededor a quienes eso le molestaba.


Mami Esther bailaba sola, principalmente si era Bob Marley, bordaba como una diosa y tenía los ojos pequeñitos como ella. Era una maestra en remedios caseros y en la costura. Siempre tuvo fe ciega en su familia, pero muchas veces la vi llorar por causa de la ausencia de algunos.


Cuando ingresó al hospital yo estaba lejos de mi casa. Mi mamá me mantenía al tanto de cómo iban transcurriendo las cosas por teléfono. La última vez que la vi viva fui desde San Juan a Ponce para verla en el hospital. Le llevé un helado y un yogurt, porque eso era lo que ella quería. Antes de irme, porque tenía que trabajar al otro día, ella me tomó las manos un rato y se sonrió. Después de ese día las cosas fueron empeorando y nunca más la quise ver. Mi abuela no era un cuerpo lleno de tubos y máquinas, sino una mujer llena de energía y fuerza.


Ya han pasado unos cuantos años desde su partida y a veces me juega una que otra trastada para recordarme que todavía anda dándome la vuelta. La he visto en sueños tres veces. También se le coló en los sueños a Javier para decirle que me cuidara y a su mamá para regalarle los números ganadores de la lotería. Hace menos de un año, y en circunstancias nada particulares, la vi meterse en el que era su cuarto. Pueden pensar que estoy desajustada, pero pasé demasiados años cerca de ella como para no reconocer el color de sus piernas y sus huellas en la cocina – el freezer estaba abierto.