miércoles, 19 de diciembre de 2012

2013





Se acaba el año y se me escurrió entre los dedos.  Ya van dos que ando moliendo vidrio en los Tribunales por mi cuenta y soy feliz.  Este año aprendí que soy capaz de mucho más de lo que pensaba.  En contra de todos mis miedos, me marqué; también volví a ser pelirroja (y por votación popular, parece que fue para bien).  Adelanté la Navidad para noviembre (con todo y árbol y regalos debajo) porque mi sobrina estaba en Puerto Rico y cuando ella está no importan ni las fechas, ni los calendarios, porque Anabella hace que se detenga el tiempo y yo ando que me derrito por ella.  Total, que soy su tía y mi trabajo es consentirla.

El 2012 no ha sido fácil, pero tampoco un calvario.  Hubo momentos que me jamaquearon las piernas, pero no me caí.  Con el 2012 no me fui a las pescozás… este año, que ya pronto termina, me hizo crecer y ver las cosas de otro modo.  Soy la misma, un poco distinta, mucho menos idealista y un poco más astuta, pero en el fondo la misma.  Para mi fortuna este año no me deja mal herida ni llena de moretones, sólo un par de cicatrices que me han quedado de recuerdo.  Recibo el 2013 (en contra de todos los presagios mayas) con ganas de comerme el mundo de un bocado, con los ojos bien abiertos y los pies bien puestos en su sitio (sin escuchar a los que repiten que la cosa está mala como un mantra de mal augurio).  

Este año lo espero de pie, sin resoluciones, agradecida con la vida por todas las personas espectaculares que tengo a mi alrededor, con los ovarios bien puestos en su sitio, a son de burbujas y con ganas de hacer mucho más.  Me ha costado trabajo, y sé que todavía no he llegado, pero apuesto a que voy por el camino correcto.

martes, 31 de julio de 2012

Muda





Hace seis meses que no escribía nada. Quizás un poco de flojera, quizás vagancia... finalmente llevo seis meses con las manos mudas. Hasta que la necesidad de hablar(me), más que la misma necesidad de escribir(me) que siempre tengo entre los dedos, me convenció de regresar. Es que llevo días pensando en serpientes. He soñado con ellas. Las he visto moverse sigilosas entre mis sueños y mis piernas y no me ha dado miedo. Quizás por eso es que estoy aquí, por la falta de miedo, porque para mi sorpresa, no tengo frío en el estómago.

Normalmente las serpientes se asocian con imágenes tenebrosas y frías (de la misma forma en que yo las he visto siempre).  Sin embargo, desde mi sueño, las he visto diferentes (hasta he pensado marcarme con una, que ya pronto cumplo 35 y esa fecha no puede pasar sin pena ni gloria).  Quizás es porque ando mudando la piel a retazos... porque fui a enjuagarme la vida y los dolores en el agua salada y terminé castigada por el Sol, que a mi nunca me ha tenido mucha simpatía, y para variar, me ha hecho terminar roja, como un carbón encendido.

Las serpientes cambian de piel de forma periódica.  Se deshacen de la piel vieja mientras crecen y van sanando sus heridas.  Su piel, a diferencia de la mía, la pierden toda de una vez restregándose contra árboles y piedras, algo así como si se quitaran una media a la brava.  Mi piel se va escapando por pedazos, mientras tropiezo con la ropa, mis manos y el tiempo, dejándome encima un escozor que pretende volverme loca (quizás para que no olvide que no estoy del todo sana todavía).

Quizás es que me ha tocado mudar la piel y no tiene nada que ver con el Sol, mucho menos con el agua y la sal... quizás es que como las serpientes, mudo la piel, pero por pedazos y de a poco, para hacerme nueva.