Se acaba el año y se me escurrió entre los
dedos. Ya van dos que ando moliendo
vidrio en los Tribunales por mi cuenta y soy feliz. Este año aprendí que soy capaz de mucho más
de lo que pensaba. En contra de todos
mis miedos, me marqué; también volví a ser pelirroja (y por votación popular,
parece que fue para bien). Adelanté la
Navidad para noviembre (con todo y árbol y regalos debajo) porque mi sobrina
estaba en Puerto Rico y cuando ella está no importan ni las fechas, ni los
calendarios, porque Anabella hace que se detenga el tiempo y yo ando que me
derrito por ella. Total, que soy su tía
y mi trabajo es consentirla.
El 2012 no ha sido fácil, pero tampoco un
calvario. Hubo momentos que me
jamaquearon las piernas, pero no me caí.
Con el 2012 no me fui a las pescozás… este año, que ya pronto termina, me
hizo crecer y ver las cosas de otro modo.
Soy la misma, un poco distinta, mucho menos idealista y un poco más
astuta, pero en el fondo la misma. Para mi fortuna este
año no me deja mal herida ni llena de moretones, sólo un par de cicatrices que me han quedado de recuerdo. Recibo el 2013 (en contra de todos los
presagios mayas) con ganas de comerme el mundo de un bocado, con los ojos bien
abiertos y los pies bien puestos en su sitio (sin escuchar a los que repiten
que la cosa está mala como un mantra de mal augurio).
Este año lo espero de pie, sin resoluciones,
agradecida con la vida por todas las personas espectaculares que tengo a mi
alrededor, con los ovarios bien puestos en su sitio, a son de burbujas y con
ganas de hacer mucho más. Me ha costado
trabajo, y sé que todavía no he llegado, pero apuesto a que voy por el camino
correcto.