lunes, 22 de febrero de 2010

Con S


La vida no ha cambiado. Soy la misma que hace 32 años, la misma que se peló las rodillas tantas veces porque siempre he sido más susceptible a la gravedad que otros. Quizás por eso es que siempre me he obligado a mantener los pies bien pegados a la tierra y no he dejado que ni un amago de humo se me suba a la cabeza. Total, si pasara me daría sinusitis y terminaría gastando una barbaridad en medicamentos y alcanfor.

Hace poco más de mes y medio, contra todas las estadísticas y probabilidades, me casé… libre, voluntariamente y con pleno conocimiento de causa. No usé velo, ni guantes, ni moño, ni salí en ninguna revista… me casé al son de los violines, con el pelo suelto y plumas y flores en la cabeza, rodeada de gente a quien quiero con locura, porque no se querer a medias… soy demasiado exigente como para dar puntos medios.

No deja de sorprendente ver la cantidad de personas que entiende las cosas a la inversa. Sigo teniendo los mismos gustos, disfrutando las mismas cosas y riéndome de las mismas barbaridades. Mi nivel de irreverencia continúa siendo el mismo. Por eso no entiendo, o no quiero, ni puedo, entender, cuando me comentan con voz de ánima en pena lo diferente que es la vida cuando te casas, como ahora “tienes que estar en tu casa… cocinando y atendiendo tus deberes”. Hasta donde se los dos nos pusimos de acuerdo para lanzarnos a la aventura. Por eso me niego soberanamente a adoptar para mí cualquier cosa que empiece con “es tu obligación…” a menos que tenga que ver con Derecho. A estas alturas del juego parece que no han advertido la diferencia… casada, no cazada… nadie me ha cortado las alas y nadie las va a cortar.