martes, 31 de julio de 2012

Muda





Hace seis meses que no escribía nada. Quizás un poco de flojera, quizás vagancia... finalmente llevo seis meses con las manos mudas. Hasta que la necesidad de hablar(me), más que la misma necesidad de escribir(me) que siempre tengo entre los dedos, me convenció de regresar. Es que llevo días pensando en serpientes. He soñado con ellas. Las he visto moverse sigilosas entre mis sueños y mis piernas y no me ha dado miedo. Quizás por eso es que estoy aquí, por la falta de miedo, porque para mi sorpresa, no tengo frío en el estómago.

Normalmente las serpientes se asocian con imágenes tenebrosas y frías (de la misma forma en que yo las he visto siempre).  Sin embargo, desde mi sueño, las he visto diferentes (hasta he pensado marcarme con una, que ya pronto cumplo 35 y esa fecha no puede pasar sin pena ni gloria).  Quizás es porque ando mudando la piel a retazos... porque fui a enjuagarme la vida y los dolores en el agua salada y terminé castigada por el Sol, que a mi nunca me ha tenido mucha simpatía, y para variar, me ha hecho terminar roja, como un carbón encendido.

Las serpientes cambian de piel de forma periódica.  Se deshacen de la piel vieja mientras crecen y van sanando sus heridas.  Su piel, a diferencia de la mía, la pierden toda de una vez restregándose contra árboles y piedras, algo así como si se quitaran una media a la brava.  Mi piel se va escapando por pedazos, mientras tropiezo con la ropa, mis manos y el tiempo, dejándome encima un escozor que pretende volverme loca (quizás para que no olvide que no estoy del todo sana todavía).

Quizás es que me ha tocado mudar la piel y no tiene nada que ver con el Sol, mucho menos con el agua y la sal... quizás es que como las serpientes, mudo la piel, pero por pedazos y de a poco, para hacerme nueva.