viernes, 23 de diciembre de 2011

Solidaridad



Dos sábados atrás me fui, junto con amigos y familiares, a las calles de Ponce a recolectar dinero para ayudar a sufragar el costo del tratamiento de mi primo. Andraé, mi primo, anda en Texas dando la batalla campal desde la tercera cuerda en contra de un tumor que anda metido en su cerebro.

La instrucción recibida fue sencilla: camisas blancas y llevar un envase para la recolecta. Guié peleando contra un aguacero desde San Juan a Ponce, pero llegué.

En menos de 10 minutos tuve el cuadro claro: resulta ser que mientras más caro el carro, menos te mira la gente cuando pides… mientras más bolsas de boutique en el asiento trasero, ni siquiera bajan el cristal para decirte que no y cuando llegas casi al punto de la desesperanza viene un tipo en un carrito viejo y saca un peso de su cartera, que quizás era para comprar pan, y te dice “ojalá y esto lo ayude” y a mí, que soy más sentimental de lo que me permito admitir, se me hace un nudo en la garganta y no alcanzo a decir otra cosa que “GRACIAS”, así en mayúsculas, porque por poco me le meto dentro del carro y le doy un abrazo.