lunes, 18 de febrero de 2013

La Vaca





Luego de haberme graduado de la Facultad de Humanidades de la IUPI, por cosas de la vida terminé trabajando en la oficina de dos abogadas que, o tuvieron mucha fe en mí, o sencillamente me vieron la desesperación en la cara… yo necesitaba un trabajo y ellas me lo dieron.  Nunca llegaré a agradecerle suficiente por ello.  Allí se me prendió en el sistema la vena jurídica, como digo yo, y aunque ya había empezado la maestría en Estudios Hispánicos, di un cambio radical y terminé aplicando para la Facultad de Derecho.  Fue ahí que me cambió la vida.  

Estudiando Derecho conocí personas espectaculares que, más que amigos, se han convertido en mi familia.  ¡Hasta tenemos un bufete!  Claro, sin registrar, ni oficina, ni nada, pero tenemos un bufete desde el primer semestre de estar estudiando en la Facultad.  Creo que es la primera vez que escribo algo con intención de publicarlo que cuenta la historia de mi familia jurídica.  La Vaca Interventora, PSC… ese es nuestro bufete y de cuando en cuando pensamos cómo podemos hacer de ese nombre un nombre que suene a firma de abogados para cuando finalmente todos nos asociemos y decidamos abrir LA oficina.  Yo sé que en un futuro - quiera Dios no muy lejano – haremos algo juntos.  Nuestro ganado – porque así nos llamamos – está compuesto de abogados que no parecen abogados… jangueamos en chinchorros, somos cocolos, unos cuantos cantamos y nos queremos infinitamente.  Basta que uno diga que está pasando algo para que todo el mundo se desborde de amor y cariño.  Del bufete yo soy “La Presi”, como me bautizaron ellos, porque de alguna manera, me ha tocado la feliz tarea de mantener el ganado unido.  No me quejo.  Me encanta darle amor a esos 13 seres que se preocupan por mí, me tongonean, me dan abrazos infinitos, me envían mensajes tan grandes para mí como “estoy contigo, te quiero”, me invitan a un chinchorro, me pagan un whiskey y me preguntan si estoy bien, gente que me invita a beber champagne a la orilla de la playa para apoyarme en mi divorcio, gente que me dice “amiga, te ves hermosa”, gente que me da espacio para llorar y que de la nada me llaman para decirme que se puede, gente que se mantiene on call las 24 horas por si necesito algo, gente que hace un hueco en su agenda, que de por si es cargada, para almorzar conmigo porque les preocupo.  Son ellos los que hicieron mi camino en la Facultad mucho más llevadero.  Son ellos los que ahora hacen que todo sea más sencillo, porque el amor que me dan es tanto, que es otra cosa.  Gracias a ellos mantengo los pies en la tierra, no se me han subido los humos y mantengo la fe en mi trabajo.  Gracias a ellos todos los días soy más fuerte y me rio más, gracias a ellos sigo creyendo que podemos, así en inclusivo, hacer la diferencia… porque somos abogados, que no parecemos abogados, somos gente humana que mantiene los pies firmes en el suelo y podemos ver más allá de lo que dicen los libros.  Por eso, cada vez que termino un caso y mi cliente me abraza y me da las gracias, en mi cabeza recuerdo a mis 13 compinches, porque gracias a ellos estoy donde estoy y eso nunca lo voy a olvidar.

A ustedes mi abrazo, ¡Gracias totales!

La Presi

domingo, 17 de febrero de 2013

Abanicos





Amo el sonido de los abanicos. Sí. Esos de pedestal que suenan a brisa forzada. Quizás mi amor por ellos empezó en los días en que tenía que quedarme a dormir en casa de mi papá cuando era pequeña. No sé bien qué edad tenía. La verdad es que los recuerdos de ese tiempo son difusos. El asunto es que el único sonido con el que lograba "distraerme" para poder dormir era ese. Me imaginaba los giros de las aspas y me "hipnotizaba" hasta perder la conciencia.

Ahora a los 35 años intentar dormir en un lugar sin ruido se me hace imposible. Cuando viajo a la casa de mi hermana duermo con audífonos escuchando una mala imitación de un abanico electrónico.  Ahora en mi nuevo apartamento hay un extractor constante del que estoy enamorada, porque me quiebra todos los silencios y me hace compañía.

Sin algo que me interrumpa los silencios ensordecedores, no sé manejarme. No sé si es fobia al silencio o que simplemente nunca he logrado poner mi mente en blanco, y en los silencios, la voz en mi cabeza se escucha de forma más fuerte.

Mudada






Hace poco me mudé a un apartamento. Ahora vivo sola. Vivo lo más alto que he vivido en toda mi vida.  Yo, que las alturas me provocan vértigo, hasta me asomo por  la ventana de cuando en cuando. Si me acuesto en mi cama, que también es nueva, veo las nubes de cerca. Me enamoré de éste espacio, a pesar de que aún tiene paredes verde guacamayo – así las bauticé por su color - desde que lo vi en internet. Cuando llegué y vi la lavadora/secadora supe que era para mi.  No es fácil para una mujer como yo resistirse a la idea de una lavadora y secadora dentro de su apartamento. Le hice todo un dramón a la dueña el día que vine a verlo, le prometí que era la persona más cool del mundo y que sería una super inquilina y finalmente lo conseguí.

A pesar de que, desde que empecé a dormir aquí el día que me entregaron las llaves, no estaba mudada del todo, desde ese día ya lo siento mío. Cuando llego abro las ventanas para ver de cerca el cielo.  Y ya me he hecho un poco amiga del silencio interrumpido que me regala el extractor del edificio que nunca se apaga.

Hace unos días ha empezado a salir agua por el piso de mi sala/comedor. He buscado por todas partes y no logro dar con la fuente de la fuga. Todos los días, casi a la misma hora, tengo que recordarme que debo mapear. No sé qué pueda ser. Se me ocurre que mi apartamento también se enamoró de mi, y como de cuando en cuando me ha visto llorar en nuestro tan poco tiempo juntos, ha decidido hacerme coro para acompañarme y todos los días, cerca de que caiga el Sol, nos hacemos agua los dos.