Hace poco me mudé a un apartamento. Ahora vivo sola. Vivo lo más
alto que he vivido en toda mi vida. Yo,
que las alturas me provocan vértigo, hasta me asomo por la ventana de cuando en cuando. Si me acuesto en mi cama, que
también es nueva, veo las nubes de cerca. Me enamoré
de éste espacio, a pesar de que aún tiene paredes verde guacamayo – así las bauticé por su color - desde
que lo vi en internet. Cuando llegué y vi la lavadora/secadora supe que era
para mi. No es fácil para una mujer como
yo resistirse a la idea de una lavadora y secadora dentro de su apartamento. Le
hice todo un dramón a la dueña el día que vine a verlo, le prometí que era la persona más cool del mundo y que
sería una super inquilina y finalmente lo
conseguí.
A pesar de que, desde que empecé a dormir aquí el día que me entregaron las llaves, no estaba mudada del
todo, desde ese día ya lo siento mío.
Cuando llego abro las ventanas para ver de cerca el cielo. Y ya me he hecho un poco amiga del silencio
interrumpido que me regala el extractor del edificio que nunca se apaga.
Hace
unos días ha empezado a salir agua por el piso de mi sala/comedor. He buscado
por todas partes y no logro dar con la fuente de la fuga. Todos los días, casi
a la misma hora, tengo que recordarme que debo mapear. No sé qué pueda ser. Se me ocurre que mi apartamento también
se enamoró de mi, y como de cuando en cuando me ha visto llorar en nuestro tan poco tiempo juntos, ha decidido hacerme coro para acompañarme y todos los días, cerca de que caiga
el Sol, nos hacemos agua los dos.
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