Hace años que no toco una esperanza, francamente, en esta ciudad anda como que medio
difícil encontrarlas, pero hace poco más de cuatro meses, en la escalera de mi
edificio me topé con una. La dejé tranquila, porque parecía dormida,
aunque es probable que me estuviera ignorando. Mi primer impulso fue
rozarla con un dedo a ver si todavía eran como yo las recordaba, pero no me
atreví. Resulta que hace un tiempo la esperanza se
me escapó del camino y encontrarme una de frente me dio un poquito de miedo, ya
andaba yo con la toalla tirá’ en el piso y sin ganas de nada que tuviera que
ver con esperanzas, fueran vivas o puras ideas en mi cabeza.
Resulta que
la vida se desquitó un rato por estos lares y ya me había hecho de la idea de
que las esperanzas eran cosas de otros pueblos que no fueran este, de otras
casas y otras vidas que no fueran las mías. Es que la vida me dio todos
los golpes que pudo en cosa de nada y me dejó casi tirada en el piso y sin aire…
y cuando me levanté lo hice convencida de que no había forma de que yo tratara
de nuevo, punto, end of discussion.
Hace meses vi una esperanza,
quizás no la toqué por miedo a que me llenara la cabeza de ideas nuevas.
Ahora me luce que me sirvió de presagio, un indicio de lo que se cuajaba frente
a mis ojos y yo no lo veía – o no lo quería ver. Resulta que estoy
contenta, que la vida se ha puesto bonita en un pestañear de ojos. Mi casa se
ha llenado de un olor nuevo, de conversaciones interminables, comidas y
películas a medio ver. Ando contenta, con susto en el estómago y
cosquillas en las caderas, pero contenta. Mi nevera tiene jugo, cosa que
no tomo. Hay un nuevo cepillo de dientes y otra toalla. Y yo, que
juré que no había forma de que me decidiera a tratar otra vez porque cada vez
terminaba más maltrecha, me sorprendí riéndome sola mientras preparaba el
desayuno. Es que se ha puesto bonita la vida de momento y yo ando con
miedo a pisar muy fuerte, por si acaso lo estoy soñando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario