Crecí en los 80. Con la vida llena de
colores neón, pelos encrespados a fuerza de toneladas de spray, leggins,
tshirts, gafas, hombreras y la mejor música de todos los tiempos. Crecí
viendo “The Goonies”, bailando “Girls just wanna have fun”, cantando las
canciones de Madonna y pensando que mi casa era un escenario. Jugué en la
calle, me caí mil veces, corrí detrás de mis primos y bailé las canciones de
Menudo y de Los Chicos en la sala de mi casa. Crecí en los 80 y no
sé lo que es el Ritalín, aunque de seguro tengo ADD, estoy casi convencida, para
mi bastaba una mirada terrorífica de mami para que yo quedara quieta y en
cintura en -3 segundos. Crecí en los 80 y mis vecinos eran parte de
mi familia. Las fiestas en mi casa eran casi fiestas de la calle porque
venía el primo, del vecino, del amigo de la casa de al lado y al final era un
rumbón en el que había gente de todas partes. Crecí en los 80 y corría
bicicleta por la calle (nada de eso de “bicijangueo”) traté los patines,
pero resultó ser un desastre termonuclear tamaño monumental que nunca volveré a
repetir (lo pienso y me vuelven a doler las coyunturas). Crecí escuchando
salsa y rock por culpa de mis tíos y terminé cocola/rockera e irremediablemente
musical. Crecí en los 80 sin saber lo que era el miedo a
salir a la calle a jugar, conociendo a todos mis vecinos, jugando en sus
casas y queriéndolos como si fueran parte de mi familia. Crecí en los 80
y brincaba jugando Mario en el Nintendo. Brincaba y pegaba gritos como si
fuera yo misma a caerme por el precipicio cuando Mario no agarraba a coger el
chavao’ elevador. Crecí en los tiempos más fabulosos y me da penita que
mi sobrina crezca en los tiempos en los que los niños ya casi no juegan en la
calle (aunque me alegra que ya no nos hagamos la ola en el pelo... de esa se salvó).
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