lunes, 6 de mayo de 2013

Felicidad


He sido feliz, bastante.  No que no me hayan pasado cosas tormentosas, a todos nos pasan, pero en resumen, si veo mi vida desde afuera puedo afirmar que si lo he sido y lo soy.  Hay personas para quienes la felicidad se traduce en tener el mejor carro, la mejor casa, el mejor reloj… para mi la felicidad es otra cosa.  La felicidad para mi es tener un día de mierda y encontrame con amigos que me hagan reir tanto que me duelan los cachetes.  Para mi la felicidad tiene nombre de niña, se llama Anabella y cada vez que me llama y me dice “te amo, tití” yo me derrito toda y me dan ganas de comprarle todos los parques de Disney para ella sola.  Para mi la felicidad es que mis amigas se peleen por dónde me voy a quedar porque no tengo luz en mi apartamento y me ofrezcan dormir en su casa, aunque yo sé que sería incómodo.   La felicidad son los quince mensajes de texto de mami cuando no aparezco, todas las fotos que me envía mi hermana que me hacen ser parte de los momentos de mi sobrina, todas las llamadas vía Facetime porque me permiten verla crecer, aunque estoy lejos, las llamadas diarias con Laura, escuchar las canciones de Menudo en mi apartamento, hacer nuevos amigos y tomarme un whiskey de vez en cuando.  Y sí, a veces la felicidad es comer nutella, tomarme un chai, bailar salsa hasta que me duelan las caderas o hacer un brunch para un batallón en mi casa, aunque sólo seamos tres gatos.  Es que a mi me mueven las cosas simples, siempre he sido así.  No soy de llenarme el ojo.  Me derrito con los atardeceres, la música de Sinatra y las cosas sencillas.


Hoy, por ejemplo, mi felicidad se tradujo en salir de mi casa a las dos de la mañana, con un dolor de cabeza insoportable y cara de angustia, después de haberme metido tres veces bajo el chorro de agua fría, a buscar un abanico de baterías a Walmart porque no tengo luz desde el martes, salir toda decepcionada y triste por no haber dado con él, ir a Walgreens a comprar agua y de la nada, allí encontrarlo.  Fue tanta la emoción, que pegué un grito, allí en el medio del pasillo, con mi cara de “necesito un milagro”, y me eché a llorar… ayer mi felicidad fue un abanico de baterías que me regaló cinco horas de sueño y fue hermoso. 

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