jueves, 13 de mayo de 2010

Des-MORAL-izados


Cuando puse un pie en la escalera de camino al segundo piso lo percibí en el aire. Allí había algo más… algo inmenso, casi profano, algo grande y descompuesto. Ni siquiera intenté ponerle nombre definido. Era como si la desesperación se hubiese condensado en el aire y sin ninguna consideración nos ahogara. Se veía en la entrelínea de las caras de la gente, se asomaba en gris de las paredes y en las grietas en el pasamano.

Eramos todos en una oficina… una oficina con dos funcionarios para atender más de 50 personas. Y allí quedamos, encapsulados en un recibidor que se sentía más pequeño de lo que quizás es. Escuchando las mismas historias, de protagonistas distintos, pero siempre las mismas historias mágico-realistas. Pasaban las horas y los relojes no se movían porque decidieron ser solidarios con la desgracia que les rodea. Hay empleados con cara de pocos amigos y ojos llenos de incertidumbre. Y los ves como caminan cargando su infortunio a cuestas y no queda más remedio que esperar. Sentarte y esperar… esperar a que llegue tu turno en la lista, esperar a que traten de encontrar un expediente, esperar para que te digan que no aparece, esperar para que te miren con un aire de victoria en los ojos y te digan que vas a tener que irte.

Y de pronto no cabe un alma, y hablamos como si fueramos familia. Alguien sugiere una fiesta y hay intercambio de sonrisas. Pasan una caja de donas – con documentos encima – que vino de un caballero encorbatado que espera en el pasillo y para quien la fila y hacer turno son ideas inaceptables. Y yo, que siempre he sido amiga de las causas difíciles, entiendo por un momento, que quizás algo dulce no viene mal el día que te enteras que te acabas de quedar sin trabajo, pero que tienes que quedarte un mes más prolongando la tortura.

Al final del día, 7 horas después, somos las mismas personas de la mañana, pero diferentes. Y ya no nos importa esperar, ahora nos felicitamos como si recibiéramos el año nuevo cada vez que alguno de nosotros logra conseguir el documento que necesita. Y nos reimos y compartimos teléfonos y direcciones de correo electrónico como si no pasara nada.

Lo increíble es que si pasa, pasa algo terrible y todavía hay quienes no quieren darse cuenta.

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